28.11.05

Del bronce de las letras

Era imposible que la autoridad cultural lograra, en su impronunciado discurso de la FIL, derribar la serie de leyendas acerca del genio en bruto de un Rulfo necesitado de manos artesanales que corrigieran su obra e, incluso (hay quienes lo aseguran), la escribieran; tanto, como que su familia lo proteja de la crítica que, entremezclada con la literaria, se hace de su vida. (Podemos leer, de paso, de La vida del Doctor Johnson, de Boswell, las zarandeadas que el bueno de Samuel le daba a Goldsmith.) Tanto, como librarse de las irrespetuosas erratas.

Lo que sí es posible es hacer votos de clausura para Juan Rulfo: impedir ediciones que lo vulgaricen (oh pecaminosa, oh impura edición de a diez pesos de La jornada), hablar de él sólo en los conventos autorizados, revestir de bronce su figura y hacer, para su profusa difusión en las papelerías escolares, su definitiva y sacrosanta estampita. Y aun ello, Rulfo seguirá ahí, inevitable ante sus lectores.