10.1.23

Calendario de escritores, un OLIVO, 2002 2022ªº


9 de enero

(años de nacimiento) 

  

1724      Isaac Backus 

1728      Thomas Warton, el joven

1742      Joseph Stansbury 

1778      Thomas Brown 

1802      Catherine Parr Traill 

1811        Gilbert Abbott À Beckett 

1823      William Cory 

1829      Thomas William Robertson 

1851       Luis Coloma 

1856      Anton Askerc 

1856      Lizette Woodworth Reese 

1857      Henry B. Fuller 

1859      Carrie Chapman Catt

1870      Julio G. Arce 

1873      Hayyim Nahman Bialik 

1876      Hans Bethge 

1881       Lascelles Abercrombie 

1881       Giovanni Papini 

1886      Walter Brooks 

1890      Karel Čapek 

1890      Kurt Tucholsky 

1891       August Gailit 

1898      Philip Child 

1902      Lázara Meldiú

1908      Simone de Beauvoir 

1908      Francisco Javier Martín Abril

1914       Clyde Robert Bulla 

1914       Celso Emilio Ferreiro

1920      João Cabral de Melo Neto 

1920      José Luis Vilallonga

1925      Abdelhamid Benhadugah 

1929      Brian Friel 

1929      Heiner Müller 

1931       Algis Budrys 

1932      Djibril Tamsir Niane 

1932      Elena Urrutia 


a diferencia de sus antepasadas decimonónicas —y no nada más de aquel siglo; pienso en Antonieta Rivas Mercado, por ejemplo— con vocación literaria, la mayor parte motivadas por una exquisita educación, producto de su extracción de clase, nos encontramos ahora [El primer número de Rueca aparece en el otoño de 1941] con una generación de mujeres universitarias. 

E. U., “Rueca una revista literaria femenina”, en Nueve escritoras mexicanas nacidas en la primera mitad del siglo XX, y una revista, Instituto Nacional de las Mujeres/El Colegio de México, México, 2008, pp. 371-372,


1937      K. Schlesinger 

1942      Laureano Albán

1942      Rafael Ramírez Heredia 

1946      Jorge Aguilar Mora 

               Xavier Villaurrutia 2015


con Doroteo Arango estamos ante el caso de una anonimia latente; con Pancho Villa no estamos tanto frente un hombre individual como ante una consigna, una contraseña para salir del terreno de la historia y perderse en su verdadero mundo, la sierra y el desierto. Y con los últimos seudónimos, nos encontramos ante el disfraz del disfraz mismo, el vértigo infinito del nombre que es todos los nombres. Y gracias a ese vértigo, corría con mayor fuerza y mayor seguridad la confianza entre Pancho Villa y sus tropas, pues todos se identificaban con la falta de identidad y con la anonimia. En ese terreno, inaprensible para quien lo contempla desde fuera, Villa tenía asegurada su supervivencia y su fuerza.

J. A. M., Una muerte sencilla. Justa, eterna. Cultura y guerra en la Revolución mexicana, Ediciones ERA, México, 1940, p. 60.


1946      Antonio Casares
1954      Julián Bautista Ríos